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A las 7 de esa mañana, antes de saber si era viernes, si empezaba septiembre o si estaba vivo, el Contrafantasma había estirado el brazo hacia atrás. Sin aún identificar la presión de su cavidad abdominal, o si la respiración que notaba era de origen canino, arrastró el pulgar hacia la derecha en la pantalla de su teléfono. No tener avisos en esa pantalla en reposo, no ver bocadillos de cómic rojos con números blancos una vez lo inicia, es posible que le haga sentir que ha muerto esa noche. Pero no era el caso, esa mañana tenía avisos como siempre. Tenía muchos, si bien esto no le pareció importante.

Algo inusual sobresalía dentro de uno de los globitos rojos. Se frotó los ojos y se estiró el pelo para estar seguro de lo que estaba viendo. ( -1,467) aparecía en la esquina superior derecha del icono de WhatsApp. Menos mil cuatrocientos sesenta y siete. Se levantó, liberó su vejiga sentado en el retrete, sin poder quitar los ojos de ese número y sin animarse a abrir la aplicación, por si tenía menos mensajes, menos chats, menos grupos, menos memes graciosos, menos fotos de gatos, menos chistes, menos vida…

Buscó entre sus contactos el de su amigo programador para preguntarle si eso que veía era posible. Su nombre no estaba en el listado, Se conocían desde hacía 16 años, cuando había salido con su hermana y con los años habían acabado trabajando juntos y compartido muchos desayunos en el bar de Jesús. Todo lo que tenía que ver con tecnología se lo preguntaba a él, que era 9 años más joven y lo normal era que tuviera respuesta. Pero su nombre no figuraba entre sus contactos.

Corrió a buscar el de su padre, tampoco, el de su socio, ni rastro. La lista de contactos que llegaba hasta casi 1,200 la noche anterior, se había quedado en 239. Corriendo abrió Google y escribió «virus informático» en el cuadrito. Aparecieron muchas entradas, pero nada vinculado a ese día, nada reciente, nada interesante. Volvió a la pantalla de inicio, fue a su calendario, donde también tenía un aviso. Este le daba menos miedo y lo abrió. La pantalla le informaba de que le habían suprimido de manera definitiva los viernes y el mes de mayo. Se quedó blanco, sintió náuseas.

Volvió a la cama y se puso la ropa que había dejado la noche anterior. Al coger la camiseta un papel cayó al suelo. Como la tapa de la mantequilla, que siempre cae boca abajo, el papel hizo lo mismo y el Contrafantasma no se percató de que era una nota manuscrita. Decía:

«Amor por favor, cada mañana, antes de empezar, para. Cada día, antes de poner ningún pie en el suelo, para. Para en la cama y agarra esa sensación, porque es la que guía tu día, tu vida. No salgas y encares lo que te espera fuera sin haber parado y sentido. Escarba más, detén ese momento. Y así cada día.

Han actualizado el sistema operativo y lo han hecho inteligente del todo, o eso dicen. No me llames, no me busques, no voy a estar ahí.. Para y mira hacia la luna cada noche a las 11 hora de aquí. Yo también la estaré mirando. Nos vemos allí cada vez que esté llena, que eso no van a poder cambiarlo . Y mi amor por ti y por estas cartas que compartimos, tampoco. Te quiero«.

Era viernes, estaba asustado y salió corriendo de casa.

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