El poeta chileno Vicente Huidobro, en una conferencia que ofreció en Madrid en la primera mitad del SXX, dejó dicho que:

«La poesía no es otra cosa que el último horizonte, que es, a su vez, la arista donde los extremos se tocan, en donde no hay contradicción ni duda. Al llegar a ese lindero final, el encadenamiento habitual de los fenómenos rompe su lógica, y al otro lado, en donde empiezan las tierras del poeta, la cadena se rehace en una lógica nueva. El poeta os tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la punta de la pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de la vida y de la muerte, más allá de espacio y del tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más a allá del espíritu y la materia».

En junio se juntan los extremos de los que habla el poeta, es donde la resistencia última entrega la cuchara, donde sentimos que gana la libertad, para reconocer al instante que no hay más libertad que vivir cada momento con integridad, cosa que nadie consigue. Junio es donde la luz termina de vencer a la oscuridad, para automáticamente volver a empezar a perder. Junio es donde seguro que sí, que se puede, pero también donde uno se da cuenta de que no, sobre todo porque tampoco era necesario.

Nada, nada, salvo el amor, es necesario.

Y este junio acaba como otros junios, con mi padre, este año sí, contra cualquier pronóstico, soplando las velas por su nueva vuelta al calendario: la número cuatro veces veinte, como dicen los franceses, que manda huevos lo complicado (¿será poético?) que lo hacen. Felicidades Joaquín.

En junio nos ha dejado la Tía, poeta de actos, no de palabras. Y ese acto poético que ha sido su vida, nos ha enseñado cómo se llega al último horizonte con integridad. Descansa en paz Susy.

En junio he asistido a un evento de poesía corporativa, término sospechoso por contradictorio, pero como decía Huidobro arriba, donde hay poesía no hay contradicción. Ese evento estuvo lleno de verdad y de amor.

Otro poeta, en este caso uruguayo, de nombre Eduardo, de apellido Galeano, cuenta en su Libro de los Abrazos, como explicó a unos universitarios estadounidenses el concepto de utopía, a través de su analogía con el horizonte. La utopía, les dijo, es como el horizonte que, si te acercas diez pasos, se aleja diez pasos. Si te acercas cien pasos, se aleja cien pasos. Si te acercas mil pasos, se aleja los mismos mil pasos. Cuando uno de los chicos se levantó y dijo en voz alta:

– Entonces, Sr Galeano, la utopía no sirve para nada, si nunca vamos a llegar a ella… -.

– Para caminar -, contestó él. – La utopía sirve para caminar -.

Como Huidobro y Galeano, usemos poesía y utopía para llegar al último horizonte. Seamos poetas, paremos quince minutos cada mañana, en silencio, sentados en el sofá, en la silla del comedor, en el suelo de la terraza. Paremos y meditemos.

Tengan una gran segunda mitad de año, un gran domingo, una buena semana, un rico desayuno dominical.

Sean poetas. Amen.

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